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Ladrones saquearon (por años) la casa-vivienda del antiguo ingenio “Santa
María”, (¿1846?) en Ranchuelo. Los vecinos sufrían, pero nada contenía a los
depredadores.
La comunidad conserva edificaciones art decó y eclécticas, joyas
imprescindibles en la arquitectura cubana, tal vez no distinguida en otras
regiones.
Así aprecié (...) años atrás.
Pasó un tiempo y, de vuelta al lugar, el recinto, otrora local de la
administración del “Ifraín Alfonso”, permanece más devastado, en franco
estado de desastre. (Actualmente) ya no alberga a directivos, o funcionarios
y trabajadores. Tampoco tiene moradores permanentes, y protección
sistemática.
A pesar del deterioro y la desidia de los “buscadores” de fortunas, el
inmueble (todavía) ostenta inigualables majestuosidades patrimoniales,
dignas de un rescate y utilidad perspectiva (...)
Por aquellos pasillos transité en muchas ocasiones. Los interiores, aun
cuando hicieron adecuaciones transitorias, tenían rarezas estructurales que
tipificaron el gusto y la suntuosidad de la aristocracia cubana de finales
del siglo XIX. Dentro del contexto campestre la vivienda figuró como una
ostentación arquitectónica (...)
Las ruinas ahora impiden el recorrido “seguro” por interiores que mostraron
las huellas de la historia. Pensé, ¿qué es cultura? La entiendo como la
conciencia y la relación del ser humano con el mundo que le rodea, sus
necesidades, aspiraciones o derechos para preservar desde el presente lo que
vendrá en el futuro.
A la entrada de la fábrica destacan inmuebles con líneas neoclásicas y
eclécticas, pero la otrora vivienda descuella en originalidad. Los techos
son rectos y artesonados, con empleos del cedro y la caoba americana,
maderámenes definidos en la construcción. Son corridos los portales
inferiores, y muestran predominio de rejas de hierro forjado, guardapolvos
conopiales, y repisas rectangulares y algunos vitrales. Los elementos se
reiteran en balcones del segundo y tercer pisos. Fue la complacencia
espiritual que convirtió al ingenio-central en fuente familiar de
engrandecimiento económico.
A los dormitorios, en el segundo nivel, se ascendía por hermosas escaleras.
Una del tipo de caracol, con pasamano tallado, ensambles de bronce y pisos
de mármol blanco. Otra, de dos piezas, estaba concebida con madera preciosa.
Los portales, de techos planos, servían de miradores, o terrazas de la
vivienda y sus respectivas habitaciones. Desde esos lugares divisaban la
industria y el batey azucarero, distante a unos 50 metros. Los pisos de la
casona, en algunas habitaciones, sufrieron transformaciones en sus
estructuras originales, pero todavía mostraban “determinadas” bellezas
decorativas, y el inigualable esplendor del mármol importado de Italia.
Los baños eran amplios, y abundaban en ambos niveles, con sus respectivas
comodidades. Las bañaderas y lavamanos eran hierro esmaltado y estaban
empotrados a las anchas paredes armadas con ladrillos de barro cocido.
La casa vivienda ¿jamás recuperará sus vetustas bellezas? Tal vez, pero no
está desahuciada del todo, según una apreciación de las estructuras de la
edificación. Solo que allí habrá que contener la búsqueda insistente del…
¿ARCA PERDIDA?
La hacienda-casa de vivienda perteneció al santanderino Esteban Isidoro
Cacicedo y Torriente, empresario español asentado en la Perla del Sur en
1865. Allí formó sociedades mercantiles y comerciales. Un tiempo antes
adquirió el ingenio “Santa María” y fomentó inversiones bursátiles. Las
zonas Ranchuelo-Cruces-Santa Isabel de las Lajas constituyeron un envidiable
emporio azucarero, con los ingenios “Adelaida”, “Andreíta”, “Angelita”,
“Armantina”, “Dos Hermanas”, “Elena”, “Laqueitio”, “Mercedes”, “San
Agustín”, “San Francisco”, “San isidro”, “Santa Amalia”, “Santa Catalina” y
“Teresa”, correspondientes ahora a la parte de Cienfuegos.
En las cercanías funcionaron los ingenios “Santa Rosa”, “Pelayo”,
“Guáimaro”, “El Rubí”, “Vista Hermosa”, “San Rafael”, “San José de Pedroso”,
“Lola”, “Jagua”, “Fortuna”, “La Esperanza”, “Rosita”, “San Ignacio”, “Santa
Rita”, “Santa Rosalía” y “Aurelia”, existentes algunos hasta principios del
siglo pasado. Casi todos estaban incluidos en la actual Villa Clara,
territorio que en 1850, según Sugar Plantations in the Island of Cuba, tuvo
169 fábricas. El país tenía entonces 903 industrias.
¿Por qué el arca perdida en la casona de los Cacicedo y Torriente? La
familia fue la única propietaria del ingenio hasta 1960, cuando la fábrica
quedó nacionalizada. Los dueños eran acaudalados. Los capitales monetarios
emularon con Laureano Falla Gutiérrez y el vizcaíno Nicolás Castaño
Capetillo, considerados entre los más pudientes vinculados a las relaciones
bursátiles y azucareras del país.
En el ingenio “Ifraín Alfonso”, los “buscadores”, de día o de noche, sin
interesarles la cercanía de la industria azucarera, rompieron los pisos de
las habitaciones porque creían que, debajo de los mármoles, había oro y
joyas… Hurtaron los marcos de madera y las puertas españolas, y hasta una
bañadera fue desprendida de su sitio original. Por fortuna, hace poco, la
dirección de la entidad azucarera decidió protegerla, y los ¿otros elementos
de la edificación?, ¿por qué no?...
Los “rastreadores”, como algunas veces ocurre, se nutrieron de una
información salida del imaginario popular: los antiguos propietarios del
ingenio por más de once décadas —¿1846?-1960—, conservaron sus riquezas
monetarias, joyas y otras pertenencias valiosas en cajas soterradas. Tal vez
esa fue la razón de los destrozos que sufrió el inmueble, sobre todo en
pisos, paredes y maderas, contó Orestes Valdés Mondejar, un octogenario
nacido en las inmediaciones del batey azucarero, quien se dolía porque nadie
ponía coto a los desafueros de rateros de “poca monta” y que medraron a
costa del patrimonio arquitectónico.
Vuelvo al Cacicedo y Torriente, el antiguo propietario de la casona antes de
la intervención por parte del estado cubano de la fábrica de azúcar “Santa
María”, en Ranchuelo. Después, en 1898 también adquirió el ingenio
“Carolina”, cercano a Venta de Río, en Cienfuegos. Allí se conservan, según
los historiadores, las características del típico asentamiento
agroindustrial azucarero del siglo xix, y sin embargo esa fábrica concluyó
sus operaciones fabriles en 1914 cuando comenzó a fomentar el desarrollo
ganadero.
De la historia del antiguo “Santa María” hay otras dudas. Luis J. Bustamante
en el Diccionario Bibliográfico Cienfueguero (1931), expone que fue
inaugurado en 1846, mientras en el Sugar Plantations in the Island of Cuba
(1850), no está registrada la instalación en Ranchuelo. En esa fecha otras
cinco fábricas tienen igual nombre en el país. Estaban ubicadas en Corral
Falso y Güira de Macurijes (Matanzas), y San José de los Ramos, en igual
provincia, así como Colón Baja (Guantánamo) y Lagunillas, en Cienfuegos.
En Triunfos y Programas de la Federación Nacional Obrera Azucarera (1945),
declaran que el “Santa María” es de nacionalidad cubana. Aparece Esteban
Cacicedo, de origen español, como propietario. La fecha de fundación, dice
el texto, ocurrió en 1849. Entonces, ¿a quién creer? Esa constituye la fecha
más exacta. ¿Por qué? El libro Sugar Plantations in the Island of Cuba fue
publicado en 1850. Por supuesto, no pudo recoger las fábricas que iniciaron
la producción en el año precedente.
Otro elemento de incertidumbre lo ofrece el relieve de la campana de bronce.
El implemento era utilizado en la antigüedad como anuncio y cierre de las
labores agroindustriales, el culto religioso y contingencias mayores. Luego
fue sustituida por el potente silbato en tiempos de moliendas. Sin embargo,
se conservaron como reliquias históricas. Por lo general, en los ingenios
habían dos campanarios públicos: uno grande colocado entre la casa de
calderas y el barracón, y otro más pequeño a la entrada del área de purga.
El auténtico instrumento metálico del “Santa María” está protegido como
vestigio histórico. ¡Qué suerte!, porque dentro de sus aliaciones contiene
un porcentaje en oro. La campana la atesoran en un área anexa al “Ifraín
Alfonso”, única fábrica de azúcar activa en el municipio de Ranchuelo.
El inmenso campanario fue encargado a la fundición “Mennelys West Troy”, un
establecimiento de Nueva York especializado desde 1826 en construir esos
aparatos de sonidos manuales. En relieve tiene incrustado “Santa María”, en
la parte superior, y más abajo registra la rúbrica “Eduardo E. Abrew”, 1862.
Por mucho que rebusco en libros históricos, no logro descifrar el misterio
de ese nombre.
Algunos estudiosos locales alegan que el campanario salió del crisol Mac
Farlane, en Filadelfia. La fuente auténtica hay que buscarla en Nueva York.
Esos fueron los verdaderos cocedores de una combinación en bronce que en
algún momento estuvo en la atalaya próxima al ingenio de Ranchuelo. Por
fortuna, como no ocurrió en otras fábricas de su tipo, el campanario
permanece allí, en el recuerdo del látigo que cercenó la piel de los
esclavos, o extrajo en el pasado el sudor de los obreros asalariados.
POR UNA ¡FORTUNA! DIFERENTE
Guillermo Pérez Alonso, arquitecto del Centro de Patrimonio Cultural en
Villa Clara, (todavía en 2014, en que se publicó originalmente este artículo
en la web ) visitó el batey del “Ifraín Alfonso”, y precisó acciones
inmediatas para el estudio estructural de la antigua casona-vivienda de los
Cacicedo y Fernández, reliquia ecléctica de la arquitectura doméstica. Allí,
de aprobarse un estudio de reconstrucción del inmueble, se prevé ubicar el
laboratorio de la industria, según dijo Eduardo Casanova Pérez, director de
la entidad.
Pero, ¿por qué esperaron tanto tiempo en ofrecer un valor de uso a la
instalación y “atajar” a los ladrones? «Ahora contamos con el
financiamiento», manifestó el empresario. Sin embargo, de quitarle el portal
corrido, como se pretende allí, la casona perdería parte de su inigualable
majestuosidad. En franco derrumbe de algunos de los techos, no hay
saneamientos, tampoco apuntalamiento o eliminación de la vegetación
parásita. Sorpresa tiene el visitante cuando aprecia las cercas
perimetrales, algunas deterioradas y convertido el césped en “camino”
vecinal, mientras el ingenio permanece con la “hidalguía” que delimita sus
accesos.
Las cuatro rejas de la casona informan: ¡1901!, fecha de edificación de la
vivienda. Una lateral quedó cercenada por la mitad. Recientemente le
fundieron un muro de hormigón. ¡Qué horror!..., mientras tanto todo anuncia
el rumbo hacia una fortuna diferente en una casa, que como la piedra o el
papel, también tiene su tradición. Un coto diferente, no cabe otra
explicación, habrá que imponer a quienes desmantelan y usurpan —a costa de
la conservación del patrimonio— la cultura de una antigua mansión
representativa de ese caudal de historias que se fundó con el ingenio
azucarero cubano.
(Fuente:http://cubanosdekilates.blogia.com/2014/100201-santa-maria-el-arca-perdida-en-ranchuelo.php)
https://aldew93.blogspot.com/2024/05/santa-maria-el-arca-perdida-en-ranchuelo.html?m=1
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