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Cuba: Amor de temba









Hace solo un puñado de días, el mundo digital multiplicó la noticia
del matrimonio más anciano del mundo. Se trataba de la pareja conformada
por John Henderson, de 106 años, y Charlotte, de 105, en Austin, Texas.
El venidero 15 de diciembre celebrarán 80 años de matrimonio.



La pareja coincidió al revelar el secreto para sumar tantos años y
unidos: «vivir la vida con moderación y ser cordial con tu cónyuge».







Aunque mucho navegué, me fue imposible encontrar en la Red de redes una pareja cubana que se acercara a ese récord.



Es probable que exista, quién sabe en qué lugar de esta Antilla Mayor,
pero su existencia no ha alcanzado publicidad en el mundo digital.



De todos modos, estas líneas tratarán de acercarse, en este Día del Amor
y la Amistad, a algunas realidades de las parejas de adultos no tan
jóvenes. Lo más usual es que abunden aproximaciones a las parejas de
jóvenes, pero en nuestro país, donde el 20,4% de la población peina
canas con 60 años y más, bien que se justifica este acercamiento al amor
de temba.



Tembas son los nacidos en los años 60, los hijos del llamado baby boom,
cuya infancia discurrió junto a muñequitos rusos en un televisor en
blanco y negro, y los descubrimientos de la adolescencia se acompañaron
por la música de Los Brincos, Los Gafa, Los Beatles, compitiendo por
quién llevaba más ancha la pata del pantalón campana y más apretada la
camisa Manhattan.



Aquellos que lloraron a moco tendido con La vida sigue igual, de Julio Iglesias, y se espantaron ante un Tiburón sangriento, de Spielberg, que hoy solo causa risa, son los cubanos que en el presente suman más de 50 años.



Y no son pocos: totalizan más de cuatro millones 200 mil. Su importancia
demográfica hizo que la Oficina Nacional de Estadísticas e Información
—junto al Centro de Estudios de Población y Desarrollo, el Ministerio de
Salud Pública y el Centro de Investigaciones sobre Longevidad,
Envejecimiento y Salud— los incluyera en la Encuesta Nacional sobre
Envejecimiento de la Población (ENEP) porque ese grupo «se irá
incorporando a la población de 60 años y más en los próximos diez años».
Para ese entonces, casi la tercera parte de los habitantes de esta Isla
tendrá esas edades.



Hoy, según resultados de la ENEP (con datos recogidos entre noviembre de
2017 y enero de 2018), entre los cubanos con 50 años o más, las mujeres
conforman una discreta mayoría: el 52,5% de ese total.



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Y de esos cuatro millones y más de cubanos temba, más de la
mitad (58,1%) están casados o unidos. Pudiera mirarse como el vaso medio
vacío o medio lleno, pero lo cierto es que la otra parte suma un
conglomerado de cubanas y cubanos que, con 50 años o más, andan
divorciados o separados (18%), viudos (14,1%) o solteros (9,5%).





No es despreciable la cantidad de esas personas mayores que están sin
pareja, y quienes entrarán dentro de poco, o ya lo están, dentro de la
tercera edad.



De este total de tembas en soledad, la mayoría son mujeres (el
49,6% del total de las mayores de 50), cantidad que alcanza el 73,6%
cuando se refiere a las mujeres a partir de los 75 años.



Los expertos a cargo del estudio explicaron que tal situación está
condicionada por la elevada cantidad de mujeres viudas entre las de edad
más avanzada. Ellas enviudan más que Ellos, «la sobremortalidad
masculina es la razón de la mayor viudez histórica entre las mujeres»,
apuntaron los estudiosos.



Otra razón de que existan más mujeres mayores de 50 sin pareja se debe a
que Ellas, una vez concluida una relación, ya sea por divorcio o
viudez, optan como tendencia por no aventurarse en otro vínculo amoroso.



Habría que indagar desde la ciencia cuáles son los motivos que están condicionando tales conductas.



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Y es importante detenerse en ese particular, así como en la cantidad de
cubanos en general, sin distinción de género, que con 50 o más años no
tienen pareja estable. Resulta de mucho interés porque el amor de pareja
será siempre un complemento valioso para enfrentar la vejez, y puede
influir incluso en el estado de salud.



¿Aerosol de amor?



La importancia del amor de pareja para la salud física y espiritual, en
todas las edades, ha sido corroborada por numerosos y reconocidos
investigadores.



Algunos de los más recientes estudios se aventuran al asegurar que, más que un sentimiento, el amor es un instinto.



Para la bióloga y antropóloga estadounidense Helen Fisher, quien se ha
dedicado a indagar sobre el tema por más de tres décadas, «el amor no es
una emoción, sino un impulso, una necesidad fisiológica para todo ser
humano».



Esta reconocida investigadora estudió el cerebro de más de un centenar
de personas que estaban recién enamoradas y descubrió que, en la gran
mayoría de ellas, existía actividad en una pequeña porción del cerebro
denominada área tegmental ventral, con un destacado papel en el sistema
de recompensa cerebral por la dopamina que genera y envía a otras partes
del cerebro.



Por su parte, otra hormona, la oxitocina, también producida en el
cerebro, conduce a través del torrente sanguíneo su mensaje bioquímico a
todo el organismo alistándolo para el afecto, para el amor.



Neurobiólogos han detectado que la oxitocina es responsable de acelerar
los corazones, al punto que comparan el enamoramiento con una explosión
bioquímica. Por ese camino, hay quien ha llegado a sugerir, sin
profundizar demasiado en cuestiones de bioética, la administración de un
aerosol nasal de esa hormona a ciertas parejas para volverlas amables y
afectuosas, cuando, con el paso del tiempo, el amor empieza a
fracturárseles, y donde veían luces, ahora solo detectan sombras.



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Es algo que suele suceder a cualquier edad, porque también en cualquier
etapa de la vida puede alguien enamorarse y, durante ese estado, perder
el sentido crítico hacia la persona que ama.



Ocurre, explican los entendidos en neurobiología y otras materias
afines, que es el área frontal del cerebro la encargada de evaluar y
juzgar de manera constante a las otras personas, y durante la primera
etapa de ese intenso enamoramiento acontece una especie de desactivación
de ese mecanismo y puede llegarse incluso a incurrir en conductas
impensadas, alejadas del sentido común, porque faltan «los frenos» del
área frontal cerebral.



Tanto de química y de instinto tiene el amor, que, sin proponérnoslo, de
modo inconsciente, es el olfato uno de los guías a la hora de encontrar
la pareja correcta.



Nada tiene esto que ver con el perfume que usa, sino con detectar
señales de su sistema inmune, buscando que complemente al propio para
garantizar una descendencia saludable en cuanto a defensas del
organismo. Y son las mujeres quienes mejor perciben tales diferencias
genéticas.



Algunos experimentos han confirmado hasta que el amor hace que
cicatricen más rápido las heridas —en el sentido más literal—; puede
ayudar también, cuando es correspondido, a disminuir la frecuencia
cardíaca, la presión arterial, el estrés y la ansiedad.



Pero cuando las cosas van mal, hasta puede matar. Es el llamado síndrome
del corazón roto o mal de amores —como le llamaban las bisabuelas— y
pudiera, en ocasiones, resultar tan riesgoso como un infarto cardíaco.



Fue acuñado asimismo como miocardiopatía de Tako Tsubo, cuyos orígenes
están en el estrés físico o emocional agudo desencadenado, entre otras
causas, por una pérdida importante, una fuerte discusión o la ruptura de
una relación de pareja.



Se le identifica así desde 1990, cuando en Japón fue acuñada esa
patología, que, sobre todo, afecta a las mujeres, y especialmente a
aquellas que tienen entre 55 y 75 años.



Es solo una coincidencia, pero recuérdese que precisamente es en ese
rango de edades —y aún más amplio, de 50 en adelante— que las cubanas
optan por no iniciar otra relación luego de divorciarse o enviudar,
según evidenció la Encuesta Nacional sobre Envejecimiento de la
Población.



Ojo con los cuatro jinetes



No parece ser miedo al síndrome de corazón roto lo que hace que tantos cubanos mayores de 50 anden sin pareja.



Aunque, como más arriba quedó escrito, no existen estudios que hayan
profundizado en el asunto, pudiera considerarse la forma de afrontar la
cotidianidad como importante riesgo cuando los impulsos del
enamoramiento inicial se despintan con la convivencia, cuando aquel
sensor que permanecía apagado en el cerebro impidiendo detectar defectos
se activa, al punto de volverse a veces un juez implacable.



Sobrevienen entonces críticas, inculpaciones y forcejeos por el empoderamiento donde antes existían mimos y sonrisas.



Algunos entendidos en estas cuestiones de amor que palidece y se escurre
alertan sobre lo importante de espantar a escobazos cuatro peligrosas
conductas: la defensa mal conducida, la crítica destructiva, la
indiferencia y el desprecio.



Fue John Gottman, psicólogo de la Universidad de Washington
especializado en el tema Familia, quien las comparó con cuatro jinetes
que predicen la separación, y han trascendido como los cuatro jinetes de
Gottman.



En cuanto a la defensa, indica que se vuelve peligrosa cuando su fin es
negar la responsabilidad personal en el conflicto y, por tanto, impide
aprender del mismo. De la indiferencia señala que es una manera de
eludir el problema y, por tanto, de perpetuarlo; en tanto la crítica
destructiva agrede, irrespeta y descalifica. Sobre el desprecio, apunta
que puede desencadenar sentimientos de inferioridad en la otra persona,
al punto de infligirle heridas a su ego difíciles de curar.



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No hay recetas para sembrar, cultivar ni rescatar amores, pero parece ser que los cubanos y cubanas mayores de 50, los tembanos y tembanas
que mantienen su relación de pareja a salvo de jinetes y otras sombras,
han sabido, a veces inconscientemente, mantener engrasados sus
mecanismos de control del estrés y de emociones negativas, así como
alimentar las llamadas ilusiones positivas, aquellas que se concentran
en lo que gusta de la pareja más que en sus defectos.



Por lo pronto, en homenaje a tantos tembas cubanos, lo mismo
emparejados que solos, mejor tararear este 14 de Febrero alguna canción
de la llamada Década Prodigiosa; si es posible, intentando revivir aquel
aleteo de mariposas en el estómago con que cada noche escuchaban
Nocturno.



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