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Prepárate para el final










La vida se escurre entre los miedos…


Diovani Mendoça, poeta brasileño







La ruptura de parejas famosas siempre genera revuelo en algunos
medios de comunicación. Por meses, las cámaras persiguen el efecto en la
piel, los cambios en el peso corporal, las expresiones de dolor o
rabia, el desprecio o la indiferencia que se prodigan en eventos
sociales…

Buena parte del público (incluso del cubano) intenta seguir la saga
de esos vínculos, a veces efímeros, creyendo que en su éxito o fracaso
encontrará patrones para evaluar su propia felicidad. Sin embargo,
¿cuánto de lo que se dice en las redes y cadenas televisivas es real, y
cuánto puro montaje para captar teleaudiencia y reposicionar la imagen
de esas figuras en un mundo competitivo y superficial?

Para ver el rostro amargo del divorcio basta asomarse a una Sala de
Familia de cualquier tribunal, donde afloran miserias humanas
inconcebibles y algunos cónyuges laceran hasta su propia historia por
intentar resolver desde el corazón asuntos que son del intelecto y el
sentido común.

Muchas de esas actitudes belicosas nacen del ego, a quien le cuesta
soltar lo que llamó «suyo» (gran error en nuestra educación sentimental
dependiente). Otras son emociones mal manejadas, rencores, secretos,
desilusiones… Solo así se explica la necesidad de contratar a un tercer
abogado para decidir el destino de tres cortinas o un ventilador roto,
como hemos visto en un Tribunal municipal.

Cuando el proceso se extiende indefinidamente porque las partes
plantean demandas absurdas o regatean objetos que en la práctica ni
valoran ni necesitan, cabría pensar que esa pareja requiere ayuda para
desligarse emocionalmente antes de dar el paso definitivo.

Causas y afectos

Las terapias de pareja en proceso de separación son de las más
retadoras para cualquier especialista, porque se trata de salvar, no ya
una relación, sino la dignidad de ambos, la autoestima, los deseos de
amar y seguir creciendo.

Hay que dotar a personas adultas de herramientas para ver sus
desacuerdos, comunicar expectativas, respetarse cuando no se entiendan y
procurar entenderse por el bien superior de todos los involucrados.

¿Por qué no agradecer el tiempo que vivieron juntos y sacar lo mejor
de la experiencia? En una relación de mucho tiempo la gente llega a
conocer tus prioridades, sueños y fortalezas, y puede también apuntar,
desde una distancia protectora, las áreas grises en tu carácter y
conducta.

Las rupturas más difíciles suelen ser aquellas en las que una de las
partes (o las dos) se niega a ver los problemas. Aun sufriendo, creen
que las diferencias se remediarán en una nueva luna de miel o cuando se
supere la situación externa que les genera estrés…

Pero a veces, la mejor forma de resolver un problema es quitarle el
ambiente que lo alimenta, y si eso implica deshacer la pareja, vale la
pena intentarlo con tal de preservar la conexión en otros planos, o al
menos la paz mental. Por eso, quien brinda asistencia sicológica no ve
tal decisión como fracaso terapéutico si ambas parten lo asumen con
espíritu constructivo y reconocen en el cambio de estado civil nuevas
oportunidades para ser feliz.

Después de todo, la principal causa de divorcio ha sido siempre el
amor, no su ausencia, afirman terapeutas de prestigio internacional, y
reconocen que otro de los vacíos en la gran asignatura pendiente de la
modernidad (que es la educación para vivir en familia) es esa falta de
recursos emocionales para lidiar con las diferencias y disolver de forma
pacífica un matrimonio cuando ya no tiene sentido para sus integrantes o
la sociedad.

Esa actitud, positiva o belicosa, tiene mucho que ver con nuestra
identidad sociocultural. Decía el filósofo francés Michel Focault: La
sexualidad está atravesada por la cultura y no puede entenderse una sin
estudiar la otra.

En particular, en América Latina nos falta sabiduría para prever
rupturas civilizadas porque se considera «de mal agüero» pensar por
anticipado cómo continuará el día a día hogareño tras un divorcio, qué
hacer con los proyectos comunes, a quién y cuándo comunicar el
desenlace…

Lo maduro sería tomar precauciones para proteger a lo más vulnerable
de la familia, pero rechazamos esa «cabeza fría» porque parece egoísmo o
desconfianza… y luego uno de los dos usa esa debilidad como medio de
castigo o chantaje.

Lo romántico de la relación está en el plano erótico y afectuoso: la
unión es mucho más, y es saludable clarificar desde el principio la
gestión de los bienes comunes, el acceso a cuentas del banco, a nombre
de quién va cada propiedad de equipos o muebles y dónde quedarán los
menores (más que con quién, pues se supone que el divorcio es solo entre
los adultos, no con la prole inocente).

Piénsalo: Si decides castigar al otro para lidiar con tu frustración,
primero tienes que sufrir tú para hacerle sufrir, arrancarte pedazos,
dañar tu imagen y ensuciarte mucho para ensuciar a alguien a quien
amaste alguna vez…

Tomado de Juventud Rebelde

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